Tuesday, December 02, 2008

EL PLACER DE LA CONVIVENCIA

Los valores de la convivencia tienen su raíz en una cultura del diálogo. Una cierta manera de vivir ilustrada, europea, a la que no son ajenos los placeres de la buena vida. Los que viven así, nos enseñan que la libertad consiste en creer que uno siempre tiene derecho a pensar por sí mismo las cosas y que el diálogo es estimulante, enriquecedor. Que hablando nos construimos y pasamos buenos ratos y hacemos amigos, aunque no pensemos lo mismo. El diálogo requiere como primera premisa una cierta capacidad de relativizar las cosas, una distancia irónica, dicho de otra forma: sentido del humor. Descreer de uno mismo.


Este verano visité el Palacio de la Magdalena. Participaba en los cursos de verano de la Universidad Menedez Pelayo. Allí visité la Exposición sobre Ernst Lluch. La imagen que, aún hoy, transmite el político catalán es la del típico profesor que me hubiera gustado tener, la del típico jefe que nos gustaría tener a todos, simpático, divertido, el típico amigo o compañero de trabajo con el que se puede hablar, con el que uno se puede ir de pinchos por la parte vieja de San Sebastián o de Santander. Algo despistado, con las gafas siempre sucias (así me lo imagino), despreocupado de su atuendo, bienhumorado, original, un tanto irreverente, supongo que transmitiría a sus alumnos un sano relativismo. Un buen profesor propone la búsqueda de puntos de vista diferentes ante cualquier realidad compleja.

Cuando lo mataron -en un acto extremo de falta de sentido del humor- en la oscuridad de un garaje, lejos de sus alumnos, de cualquier calor humano, sentí que mataban que mataban la cultura. Su voz, tranquila, irónica, resultó al final demasiado revolucionaria y peligrosa. "Mientras gritáis no matáis", dijo, y es cierto. En una sociedad polarizada políticamente es difícil no gritar, pero el tuvo el valor de responder al grito.

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