Friday, February 22, 2008

ERIZO Y ZORRO



En la dicotomía que propusiera Isaiah Berlin entre "zorros" y "erizos" ¿en qué categoría me incluyo?
El zorro (sea escritor, político o persona corriente) no es un ser autoreferente. No suele tenerse a sí mismo como tema permanente. Se asoma al mundo y mira, y disfruta en esa relación, dejándose empapar por lo que le rodea. Está en permanente cambio y cuestionamiento de las cosaa. Forma parte de algo mayor (está como emboscado en la colectividad de la que se siente parte); el zorro se adapta al medio y como por ósmosis asimila lo que le rodea. No se hace notar, ni sobresale. Si es escritor, es capaz de recrear una época, capaz de plasmar las distintas manifestaciones del alma humana, pues por una íntima simpatía, se siente solidario de todos los hombre y nada humano le resulta ajeno o incomprensible. Es dialogante y carece de convicciones inamovibles.
El erizo, en cambio, resulta siempre puntilloso. Su trato no es fácil. Vive hacia adentro. Está siempre presente en cuanto hace y se hace notar, porque él es, en el fondo, un faro desde el que ilumina al mundo. A través de su ojo vemos todo (cuando escribe, cuando hace política, cuando se mueve por la vida cotidiana). Es el hombre de fuerte personalidad, firme, con alta autoestima, rotundo en sus planteamientos e ideas. De fuertes convicciones.
Dostoievsky o Unamuno son típicos erizos. Dickens o Shakespeare son zorros.
Hace unas semanas, un director de periódico identificaba a Zapatero con un Hamlet zorruno, mientras que calificaba a Rajoy de erizo quijotesco.
Se trata sin duda de una tipificación grosera, pero "algo hay".
Creo que ciertamente el erizo aspira a ser zorro y el zorro a ser erizo. Pero uno es lo que es. El erizo tiene el reto de abrirse a la realidad del mundo, comunicarse con los demás, intentar ver las cosas desde el lugar del otro, establecer un diálogo, reducir el tamaño de las púas, para permitir el acercamiento y el encuentro. El zorro tiene el reto de intentar ser auténtico y definirse, para que al dialogar con los demás les ofrezca su verdad, sin escamotearse entre la foresta dialéctica que tanto le gusta. Para que los demás tengan dónde agarrarse a nosotros, debemos tener, si no púas, sí al menos esquinas.




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