Thursday, August 26, 2010

LA TUMBA DE FLAUBERT



La mañana de nuestra partida, coloqué en el GPS la dirección del Cementerio. Quería ver las tumbas de Flaubert y Marcel Duchamp, en Rouen. Ellos esperaron afuera. A pocos gustan los cementerios. El día era nublado y el aspecto general del recinto bastante tétrico o espectral. Cruces caídas, tumbas removidas, la vegetación apoderándose de todo. Abandono. Tenebrosa soledad a esas horas. Duchamp había sabido hacer famoso su epitafio: "Siempre se mueren los otros". A mí me conmovieron las tumbas de judíos muertos en Auswitz. Sus lápidas decían "Muertos por la patria", cuando en realidad los habían matado sin gloria: "por ser judíos". Allí, bajando por la ladera, estaba Flaubert. Es evidente viendo su tumba que el personaje ilustre era el padre. La lápida de Gustave es mucho más pobre, más pequeña y como puesta a duras penas en una esquina de la gran tumba paterna. El gran médico, Sr. Flaubert, se ganó en vida ese sitio. El hijo apenas se debió ocupar de dónde irían a parar sus restos. Se hizo un apaño en el mausoleo paterno. Tampoco se ocupó el escritor de ser escritor de su propio epitafio. La tumba defrauda, por impersonal. Por pobre y convencional. Permanezco un momento frente a ella, pero sin ninguna emoción especial. Fué distinto frente a la tumba de Borges: ahí hay literatura, aquí solo muerte. Y sin embargo, fue mayor que su padre, para los que le siguieron. Él, naturalmente, estaba muerto y bien poco puede importarles.

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