REPAROS
"El padre de Irene, un fabricante de aquellos tiempos en los que aún la honestidad de un hombre se medía por el tanto por ciento que obtenía de sus mercancías, perdió su fábrica por causa de los mismos reparos por los que Irene casi sacrificó su vida. No pudo decidirse a emplear mina de mala calidad, a pesar de que los consumidores no eran en absoluto exigentes. Hay un cariño misterioso y conmovedor por la calidad del producto propio, la autenticidad del cual repercute en el carácter del fabricante, una fidelidad al producto que equivale aproximadamente al patriotismo de los hombres que subordinan su propia existencia a la grandeza, la belleza y el poder de la patria. Este tipo de patriotismo lo comparten a veces los fabricantes con los más modestos de sus empleados, lo mismo que el otro gran patriotismo que comparten por igual príncipes y cabos.
El viejo señor pertenecía a aquel tiempo en el que la voluntad determinaba la calidad, y en el que se ganaba dinero con ética. Hacía suministros de guerra, pero no tenía una idea clara de lo que era la vida en la guerra. Y por eso, suministraba millones de sus mejores lápices a nuestros combatientes en el frente, lápices que les servían de tan poco como los pésimos productos de otros proveedores militares...Cuando llegó la paz, el viejo sólo tenía material de poca calidad, que además había rebajado de precio. Lo vendió junto con su fábrica y se retiró al campo, donde todavía dio un par de paseos cortos, y finalmente otro más largo hasta el cementerio central".
Joseph Roth. "Fuga sin fin" (Acantilado, 2003)