Wednesday, October 10, 2007

EL CINE DE ICÍAR BOLLAÍN

Icíar Bollaín es Géminis, como yo. Nació en Madrid, el 12 de junio de 1967. Tiene, pues, cuarenta años. Leo que se define como curiosa, despistada, inquieta y autodidacta. Sería una definición que yo mismo suscribiría. Dice que se aprende más de la vida que de los cursos, más de la intuición que de la racionalidad y más de los periódicos que de los libros. También de acuerdo.

Me han gustado todas sus películas.
En “Te doy mis ojos”, trataba sobre la violencia doméstica, pero desde una perspectiva poco convencional: ella mira la situación también desde el lado del hombre, que es consciente de esa irritabilidad, de sus ataques de ira, de su incapacidad de controlarse; ese hombre asustado de sí mismo, que quiere curarse, que acude a un grupo de terapia. Ese sentirse uno ajeno de sí mismo (enemigo de sí y de lo que ama), ese quedar a merced de un impulso que de uno se apodera, debe de ser terrible. Ver a la persona que amas con los ojos hinchados, llorando asustada en un rincón, y saber que eres tú el que la has golpeado furiosamente. Y no reconocerte en esa furia y sentir ese amor, debe ser terrible. Pero por parte de ella debe ser terrible, también, saber que ese hombre te ama y saber a la vez que eso no es amor. Querer creerle y saber que no le puedes creer, porque es otro distinto el que hace las promesas.
Bollaín evita el camino fácil del blanco y el negro y afronta el doble drama humano de una relación así.
En su nueva película –“Mataharis”- adopta la misma actitud abierta al enfrentarse con el tema de la verdad y la mentira. La profesión de detective privado tiene por fin descubrir la verdad. Pero el cliente acude con su desconfianza. Esa desconfianza en el otro de la relación (el empleado, el cónyuge) ¿no evidencia ya una relación dañada? ¿No es ese daño el que debería importar?
El cliente cree que la verdad se le oculta. Quiere saber, estar seguro. Pero ¿no tiene cada persona el derecho de reservar para sí lo que crea conveniente? O a la inversa ¿tiene alguien derecho a conocer lo que el otro no revela?
Ese derecho ¿lo da el ser jefe, el ser marido, el ser esposa? Si es así, si todo se basa en un contrato que se cumple o no, es todo cuestión patrimonial, en definitiva, acaba siendo asunto de dinero, de derechos. Derecho a que cese el daño que me hacen. Pero, en tal caso, si el interés es económico, en una sociedad de libre mercado ¿no me estaría permitido buscar aquella información que interese más a mi propio beneficio económico? La verdad -bella palabra- se convierte, así, en mero instrumento al servicio de un interés menos elevado.
Preguntas importantes, todas, para una película en la que hay –como siempre en Icíar Bollaín- un enamorarse de sus personajes, humanidad y sentimientos detrás de todas las dudas.

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