Friday, May 26, 2006

EL PASEANTE


Es Sevilla una ciudad en la que cada vez resulta más difícil pasear. Las obras tienen las calles llenas de obstáculos y caminar va siendo incluso peligroso. Esto constituye un grave problema, ya que una ciudad necesita sus paseantes.
Quien gusta del paseo, el paseante, suele ser un buen ciudadano. Una buena persona, diría yo. El paseo, como actitud existencial, conlleva la tolerancia, la ecuanimidad ante la realidad. El paseante puro no va a ningún lugar determinado. Sale “a dar una vuelta”, sin rumbo, o con el rumbo que vaya trazando la ocasión, dejándose atraer por las cosas y las personas, los lugares, el sol, la sombra. Es un ser atento, cuya atención va fluyendo con la realidad que se le presenta. Vive el momento desde una identidad diluida y confundida con la de otros muchos que caminan. Es, apenas, “un punto afluido a la corriente de la vida”, en palabras de Aleixandre.
Para el paseante todo en la ciudad se convierte en punto de referencia y motivo de contemplación y conocimiento. Va asimilando todo con tiempo. No se precipita. Examina, vuelve a pasar, se detiene y descansa, valora, pondera, reconoce, imagina, recuerda, entiende o cree entender el movimiento de la vida, respetuoso con ese ritmo sagrado de las edades, con los fugaces niños, con los jóvenes, indolentes o exultantes, con los ocupados adultos.
La sabiduría del paseante se forja en un punto de indiferencia y otro punto vacío, desde los que ejerce de observador, percibiendo señales, signos, cambios, que van escribiendo una imparable historia de la ciudad.
Por eso, añoro esos paseos por Avenida Reyes Católicos arbolada y bien puesta, lo mismo que detesto ahora pasar por allí, entre los ruidos, la polvareda y las máquinas, el martillo pilón y las vallas metálicas que nos obligan a transitar la calle de uno en uno y como asustados. Y por añorarlo, evito ese paseo y doy la vuelta por los Jardines de Murillo y los Reales Alcázares. Esperando que no destruyan la ciudad por unos votos.

Wednesday, May 17, 2006

EL ZORRO DE AUSTER


Acabo de terminar la última novela de Paul Auster, "Brooklyn Follies". La he leído con gran placer y he sentido mucho que termine. Me he quedado con ganas de seguir. Es lo mejor que puedo decir, puesto que la lectura es placer. El universo literario de Auster, me hace pensar en la dicotomía que Isahia Berlin establecía entre escritores "erizo" y escritores "zorro". Eduardo Jordá nos expuso estos conceptos una tarde en La Casa del Libro, a propósito de Javier Marías. Los escritores erizo, están omnipresentes en su obra, que es apenas una excusa para plantear sus ideas, orgánicamente estructuradas. Los personajes apenas son ejemplos, muñecos al servicio de una tesis. Esta es la forma de escribir de Unamuno, de Proust, de Dostoievsky, del propio Marías. Hay un exceso de presencia. Se nos impone la voz constante del autor, su inteligencia, su concepto de la vida: el escritor quiere ser predicador o filósofo. En cambio, el escritor zorro no se ve. Se sabe diluir en sus personajes. Desaparece. No hay tesis ni moraleja en sus escritos. Sus relatos tienen la misma confusión de la vida.
Pienso que Auster es uno de esos zorros que saben tejer un tapiz de vida, de contradictoria vida sin tesis, desapareciendo. Apenas es un mostrador de historias humanas, en las que no caben buenos ni malos (salvo Busch). Esto me gusta. Antes, en mi adolescencia, quería prédicas y conclusiones. Ahora prefiero pura vida sin sentido. El sentido lo da, no una norma o una moral, sino una persona (Nathan) a la que acabas amando. Con sus defectos. Como en la vida real. Por encima de perfecciones o idealizaciones. Y tantos otros, Tom, Rachel, la BPM, Rory...Crear sombras en las que podamos proyectar nuestro amor, nuestra indefensión, nuestras pasiones, es el arte de este neoyorkino. Un arte sin principio, un arte sin final o con un final sólo provisional. Quedo a la espera.