Wednesday, March 29, 2006

CAPOTE: LA DECADENCIA DEL TALENTO


Fui a ver “Capote”. Había leído “A sangre fría” en una –para mí- muy querida colección de Bruguera, que cada semana iba al kiosko a comprar; una colección semanal, libros de tapa dura, de cartón, en vivos colores. Allí descubrí, el primero, a Borges ("Nueva Antología Personal" me deslumbró), a Henry Miller, a Marsé, “El almuerzo desnudo” de Burrougs, a tantos...(qué belleza de colección), y a Capote, “A sangre fría”. Y me gustó. Con ese recuerdo fui al cine. Había elegido una sesión subtitulada para apreciar mejor el trabajo del actor (dicen que borda la peculiar forma de hablar del escritor). Salí de la sala con una impresión indefinida...no sabía qué pensar. No era que me gustase o no la película. Creo que está bien hecha e interpretada…pero ¿de qué va?
No lo sabía hasta que he leído lo que, este fin de semana, en el semanal de El País escribe Rosa Montero. “Capote” va de la contaminación del éxito, ese momento de la vida de un escritor (y de cualquiera) en que uno empieza a pensar –antes que nada- en el dinero. Si no muere uno joven –dice Rosa (se dice y me dice)- los años te ofrecen muchas otras posibilidades de morirte por dentro. “Puedes corromperte, adocenarte, amedrentarte” (cada adjetivo es certero). “Puedes equivocarte totalmente y convertirte en algo que de joven despreciabas”. Terrible.
Sigue Rosa (a la que imagino muy joven ahora): “puedes petrificarte en tus emociones y tus ideas, o deprimirte o quizás alcoholizarte…Hay incalculables formas de perderse y todos llevamos dentro la posibilidad de hacer de nuestras vidas un disparate”.
“Capote” murió con 59 años, probablemente mirándose al espejo mientras se arreglaba el pañuelo del bolsillo de su chaqueta, o combinaba el panamá y el bastón. Parece que la “tesis” de la película es que deseaba que los protagonistas de su novela-no ficción, los asesinos, que confiaron en él, en su ayuda, que le creían su amigo, fueran ejecutados para mayor gloria de la novela, sin cuyo colofón quedaba coja. Y que ese mal deseo, esa vil traición a la amistad, fue el inicio del fin de Capote: como si se tratara de un castigo divino, no volvió a publicar otra novela. Resulta asquerosamente hipócrita este sentido americano de la moral, de la “moraleja”. Era –se le ve en la película- un hombre en exceso brillante, que brillaba tontamente en fiestas y saraos, brillaba para ricos tontos que abrían la boca al oírle, mientras él huía en el alcohol o la droga de ese vacío que le rodeaba, de ese elegante spleen que provoca “ser brillante sin interrupción”, como quería Baudelaire. Gastarse para la admiración de los demás, como un pavo real que abre sin ton ni son, a todas horas, la lujuriosa cola. Mantener la atención, sostener la conversación, ser caprichoso, admirado. Absurdo. Vivir para los demás por el gozo de ser centro de sus miradas, de su atención...Agotador. El cansancio, el spleen, es el precio de tanto fuego fatuo. Y ese cansancio de la vida hace de este hombre de genio malbaratado, algo patético, un viejo dandy ridículo. Como en la película, incapaz de dominar la emoción del futuro triunfo de su obra, insomne de adivinar la consagración definitiva. Una vida estropeada. Todo esto lo ha visto muy bien Rosa, la joven cincuentona Rosa, juvenil siempre. Yo me aplico el cante: hay muchas posibilidades, con los años, de que llegue a morirme por dentro. Qué miedo.

1 Comments:

Blogger innes said...

Si no hubiera "estropeado" su vida, no hubiera escrito nada de lo que escribió. Yo no me atrevería a calificar de "estropeada" la vida de alguien que dejó como legado una obra, si no genial, sí importante por innovadora. ¿Estropeada su vida? Qué va. Una vida estropeada es la que no da fruto.

3:40 PM  

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