Thursday, September 20, 2007

LA HORA NO VIVIDA

No sé por qué razón suceden repeticiones. En un mismo día, incluso a lo largo de dos o tres día, se repite un nombre, una situación, un encuentro. Estas repeticiones -aparentemente casuales- generan en sí mismas una referencia personal: parece que alguien nos quisiera hacer reparar en algo, parece como un mensaje en clave.

En esto días ha aparecido en mi vida (ha reaparecido) Yukio Mishima, el novelista japonés que se hizo famoso al cometer el harakiri (o sepuku), en 1970, conforme al ritual antiguo que seguían los guerreros samurais para lavar su honor. Algo tan anacrónico llamó la atención del mundo entero sobre ese loco, que -sin embargo- había sido candidato por tres veces al Nobel de literatura.


Esa contradicción entre la sensibilidad literaria de sus novelas y la brutalidad con que se dió muerte, crea un dilema dificil de resolver. La imagineria atroz del ritual, la decapitación, la efusión de sangre y visceras, todo lleva el sello de lo repugnante y a la vez de lo hipnótico.
La primera ve que sé de Mishima es leyendo a Margarite Yourcentar (su ensayo "Mishima o la visión del vacío"). Allí maneja el lugar común de la homosexualidad del novelista, que otros han negado después, invocando su matrimonio y su relación amorosa con Michiko, la futura emperatriz de Japón.

Reaparece el otro día Mishima, en una entrada del blog de Fackel -"La antorcha de Kraus"- que leo ahora aunque se trata de una entrada antigua. Trata sobre San Sebastián, uno de los dos santos de la Iglesia que ha sido dos veces mártir. La representación de su primer martirio (asaeteado atado a un árbol), del que sobrevivió, ha sido tema favorito de los pintores a lo largo de los siglos. Fackel despliega algunas de estas representaciones, incluyendo una muy divertida de Keith Haring, en que se ironiza sobre ese motivo dentro de la iconografía gay (http://laantorchadekraus.blogspot.com/2007_01_01_archive.html).
Falta el cuadro de Guido Reni, que tuvo un lugar destacado al parecer en la educación sentimental de Mishima. Según cuenta en "Confesiones de una máscara", la turbación que experimentó el adolescente ante esa imagen le llevó a experimentar, por primera vez, la eyaculación.


Repaso el libro de Yourcenar, para hacer un comentario al respecto y el libro queda sobre m mesa. Al siguiente día cae en mis manos un artículo sobre Mishima. El hecho -reiterativo y casual- como siempre me sorprende. Leo el escrito. El autor se cuestiona la lectura que se ha venido haciendo de "Confesiones de una máscara" en clave autobiográfica. Alega que Mishima se caso, tuvo descendencia e incluso mantuvo una aventura sentimental con Mishiko, la que llegaría a ser esposa del emperador.
Sin embargo, la duda se diluye cuando, buscando imágenes de Mishima, encuentro una -¿patética? ¿risible? ¿bufa?- en la que él mismo se representa como San Sebastián, se encarna en él y reproduce -en efiigie- su martirio, imitando el cuadro de Guido Reni. Parece que sí, que había una fijación, algo obsesivo en el tema de la muerte.



¿De dónde procede ese sadismo? ¿Qué atractivo tenía la muerte para Mishima? No creo que la homosexualidad sea la explicación ¿Por qué buscó una muerte tan estridente como el sepuku? (algo que en plena posmodernidad pop, en plena ola hedonista, había de conmover y espantar).
La clave puede situarse en una hora no vivida. A los diecisiete años del escritor. A esa edad fue reclutado para el Ejército japonés, entonces en Guerra. Alistarse era ir probablemente al encuentro la muerte, pues los jóvenes reclutas servían de kamikazes. Mishima tenía ganas de vivir y fingió unas fiebres. Se libró así del servicio. Se libró de compartir la muerte de sus compañeros. Dejó pasar la ocasión del heroísmo.

Esa hora no vivida le persiguió toda su vida. Desde entonces fue armando su nuevo encuentro con el heroísmo, con la camaradería, con la milicia y al fin con la muerte postergada (las cosas que no se viven a tiempo nos siguen rondando siempre, como fantasmas). Creó una milicia de estudiantes. Dirigió una arriegada operación militar por la que fue ocupado el Cuartel de Ejército. Y allí, lanzó una arenga al pueblo japonés llamándole a perpetuar las glorias militares del Imperio. Con casaca miliatar y la cinta de kamikaze, delante del mundo entero, acudió a su cita con el heroísmo y la muerte, expiándo su cobardía juvenil.

En "La otra muerte" Borges -a quien también obsesionaron los cuchillos y el envite del miedo- relata un destino similar. El soldado que, al llegarle la hora de la verdad, flaquea. El resto de su vida consistirá en un sacrificio constante que le hará merecer una segunda oportunidad. Ese sueño de volver al combate, para ser ahora un héroe, fue lo que Mishima pudo soñar. Una segunda oportunidad de morir por la patria. Pero esa ficción en la realidad no sucede. Y de ahí lo ridículo del intento, lo infantil y teatral de su puesta en escena. Tan ridícula e infantil como su interpretación del martirio. Deseaba ese destino, aunque no era el suyo.
Lo no vivido no vuelve. El paso adelante que no se dio ya no podrá darse. Sólo queda -como en el cuento de Borges- una vida oscura de expiación. Lo no vivido es lo que mata. Aunque lo no vivido sea la muerte.

Saturday, September 15, 2007

DOS TIPOS DE PLACER

Un burro, habriento y cargado hasta arriba,penosamente va trotando por un camino interminable. A su derecha, un prado verde, a su izquierda, un prado verde. Pero él dice: "Yo sigo mi camino".
Otro asno está pastando en un prado verde. A su derecha, un camino largo y penoso, a su izquierda, un camino largo y penoso. Pero él dice: "Aquí me encuentro bien"

Bert Hellinger ("El centro se distingue por su levedad", Herder. 2002)

¿Qué burro de estos soy yo? ¿Cuál es mi placer?